lunes, 26 de septiembre de 2011

Wangari Maathai


La lucha por el medio ambiente es una suma de luchas.

domingo, 25 de septiembre de 2011

"El elemento propio da fuerza y confianza; salirse de él es un riesgo imprudente".

A día de hoy, pocos son los lugares sin asfaltar que puedan ser pisados. Siguiendo esta regla, irremediablemente extendida, el verde no funciona si no como base para la edificación de nuevos edificios. Un buen ejemplo de este “movimiento” serían los colegios. Ellos, tan firmemente erguidos por su estructura de hormigón, plagados de mudos pupitres metalizados y baldosines con la capacidad de lucir siempre viejos, incluso cuando no han llegado a ser estrenados más que por las ratas. Sí, ratas. Los colegios, aunque no lo parezca, no son la excepción al hervidero de ratas que la ciudad entera esconde. Son únicas a la hora de acomodarse en la oquedad de las paredes y dormitar hacinadas entre las exageradas separaciones de los adoquines de piedra que tapan la mayor parte de la superficie del recinto escolar situado al aire libre. Son únicas a la hora de desaparecer.

Ésta, sumada a una amplia colección de improperios y frases despectivas, podría configurar la descripción que atañe a la desarrollada especie de roedores, desde un punto de vista humano, claro. Ese es, indudablemente, nuestro trabajo, pues si en algo somos insuperables es en aportar opiniones. Opiniones, claro, poco empáticas. Porque, ¿podría observar una rata? ¿Podría cesar su actividad de búsqueda de comida y pararse a mirarnos, desde esos escondrijos tan inaccesibles para nosotros? Podría y, de hecho, no sería la primera vez que alguna de ellas sigue nuestros pasos a través de los pasillos de las escuelas.
Supongamos que somos ahora ratas y que, sobre nuestra guarida, nuestro espacio natural, se alzan muros, los cuales reconvertimos en madrigueras. Supongamos que, tiempo después, se alza una voz desconocida, seguida de otra y otra, y otras más, hasta llenarse el lugar de gritos, susurros y monólogos soporíferos, y de pies, sobre todo de pies, que o bien permanecen quietos bajo los pupitres, o en incansable movimiento sobre los baldosines. Y así, los años nos pasan y, nosotros, rodeados de esos pies, ya convertidos en compañeros parciales de habitación, con los que convivimos y de los que conocemos su comportamiento, forma y pisada. Supongamos que olvidamos nuestras madrigueras, nuestro afán de escondernos y nuestro don de la invisibilidad. Supongamos que, más bien, los muros y las voces nos los han hecho olvidar. Supongamos que, creyéndonos pies, salimos de la rutinaria oscuridad que siempre nos ha envuelto.
Pero, entonces, ya no cabría suponer más, porque nuestras colas levantarían chillidos y a esas suelas que creíamos amigas. Y el sol nos cegaría de luz, y odio y verdad al comprender que aquellos que nos han echado del verde nos echarán también de nuestras propias vidas.

Templo Deshnok, La India.
Nota: La moraleja a lo que sería esta fábula (escrita como título) la recogí de un texto llamado El cocodrilo y el chacal, que forma parte de la colección de fábulas Panchatrantra, de origen Indio y que data del s. IV a.C.

jueves, 22 de septiembre de 2011

No podría decir nada más:

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Sin ti y conmigo

Camiño Santiago de Compostela - Fisterra

Regálame aliento y un amanecer
Por solo esta noche. Que sea tuyo,
Mas, sin voz. Que tu soledad... dejado murmullo.
Y que mis doscientos cincuenta -ya sin ti- soles, se dejan yacer.

Yacer...

Yacer, yaces. Sin ti y conmigo.
Y yo, conmigo yazgo. Conmigo y sin ti.
Y así pulula riendo el caótico frío a su fin
entre corazones candentes, entre la herida de la carencia en vivo.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Necesito salir, joder.

Se acabó.
Barrotes de carne y hueso,
Que entre carne y hueso vivimos tú y yo.
Cadenas bien hundidas en los pechos
Clavadas con estacas de tu puño.
Y los clavos, al corazón.

Por mi deshonor,
Dime tu nombre.
Aunque a las palabras ya las mata el viento,
Quiero colgados por mi cárcel chirridos de los besos,
Rechinares de los dientes deshechos por amor.

Necesito respirar.
Necesito saber.
Necesito el aire que corre fuera
Vestido de susurros, de primavera,
De arena entre mis dedos,
Del ansia del huir,
De todo lo que no soy y quisiera.

Comprender.
Que me diga la luna por qué es la única que me llena.
Por qué las miradas brillan ya tan secas.
Por qué ni la tinta recuerda sus promesas.
Comprender por qué eres tú sin yo, si en mi vida “a ti” es la meta.