viernes, 30 de diciembre de 2011

La luna y mis perlas

Viene mi Luna de blanco
Y su pálida caricia de vela.
Y viene el azul de sus manos
Para tragarse, en lo oscuro, las perlas.
Perlas perdidas en el dolor y lo magro.
Perlas que solo a la noche se muestran.

Y son cuchillos, Luna, tus manos
Si ansías y no encuentras mis penas.
Y son agujas, Luna, tu blanco
Si no brindo, contigo, en tristeza.
Vente, mi Luna de nardos,
A matarme con mis propias tinieblas,
Pues aun las quieran tus brazos,
Jamás serán tuyas mis perlas.

Y es que gime por otro mi llanto,
Mientras tú arañas, Luna de poetas,
Este pecho vacío y amargo,
Pues ¿y si no es el querer esta pena,
Si no el saber que los ojos cerrados
Son, para besarnos, lo que ya solo queda?

La luna y La Estrella desde Orzán, A Coruña

viernes, 16 de diciembre de 2011

Noite galega.

Santa Mariña, Camiño de Santiago - Fisterra
Abiertas de par en par,
Brilla entre cristaleras,
Entre sus telas enjugadas de penas,
La parte de luna que ha podido entrar.
Y, a la espera, caen escaleras
Contadas por agujas del verde de hiedras
Que ya no buscan subir, sino bajar.
Saltará la noche hasta que con su luna muera
Por las hojas, a pensarte en su condena
De besarse con estrellas y, sin quererlo, aullar.
Pero, ¡ay, noche gallega!
Noche de vientos, noche de niebla,
Noche de lluvia y bramares de piedra,
¿Qué hacer si tu frío no llega
A las ventanas de quien no te mira, mas por ti sueña?

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Ondiñas veñen...








Pouco paga a pena:


Un “¡Quema a dios!” y otro “TAC” sobre la barra, al depositarse con fuerza el pequeño recipiente de cristal. A mí también me quemaba al principio, una especie de llama que acaricia la punta de la lengua hasta el corazón y el estómago, pasando por las sienes. “¡Joder, cómo rasca!” Pero no sé si me arden las entrañas por sí solas o si es que chillan por las agujas que ha depositado el alcohol en mis sesos. Parece que nadie se está dando cuenta de todo este ruido que chirría en mi interior, pero si cierro los ojos se camufla con la música, a cada ritmo y a cada movimiento de esta masa… Pesa tanto y tira tanto, que es como si me golpeasen en la frente, exceso de volumen o defecto de silencio. Quisiera yo también chillar así, pero no de esa otra forma que se escucha desde fuera, pues Ellas están chillando y riéndose mientras. Mientras me ahogo en mi sudor y en mi sangre, y en mis ganas de arrancarme de una vez el pelo y los ojos y las pestañas, y clavarme las uñas hasta llegar a todas esas bocas que no paran de chillar. Si Ellas, mientras, supieran lo que es un chillido… Se callarían, si escuchasen estos alaridos que yo escucho, los alaridos del corazón. Pero las veo llenar sus pupilas de luces y ralentizar sus cabezas. Todo va tan lento si lo piensas… Viajan al mundo de lo simple, del calor, del sueño… Y yo ni soy quien de herir a mi sombra, tan si quiera tocarla. Ni se inmuta ante el oleaje de este sofocante veneno etílico, pues sigue hablando; billete a la pesadilla, ceguera y pesadumbre, incapaz de tapar el único agujero por el que ahora siento. Y así empujada soy, lentamente, a la locura en esta oscuridad latiente.
Quisiera pedir a todas estas bombillas que dejasen de mirarme y se escondiesen, pero no va a servir de nada. Es que su luz me llega, y temo que me ilumine por dentro. Yo sí que no puedo huir de mí. No quieren dejar de parpadear ni quieren dejar de estar al observarlas. Y si me voy ya me he mojado de otra copa y de otros hielos, como si el frío ansiara por adherirse a mí un poco más. Y escapase el humo, ausente, de otro cigarrillo. Ahora me preguntaría, pero no creo que pueda pues, aunque sude, los chillidos me están congelando las entrañas. Hoy sé que no se callarán… Pero hace tiempo que me resigno, sé que ni aun estando borracha, conseguiré llorar. Me ha secado el dolor de cabeza y este mareo y esta esponja que supone el mundo. Una planicie de sencillez compleja, baúl de la peor de las soledades fundida por millones de manos y cabellos, que no mentes, al fuego de la superficie material. Calentada por el sol, o la luna, o este mismo mechero rosado que hasta hace un rato guardaba en el bolsillo y ahora luce encendido, presidiendo la larga estela amarilla que él mismo ha abandonado, brillo opaco que reluce en húmeda frente dolorida, poco perceptible por unos párpados semicerrados, pero tan tranquilizador... “¡Apágalo!” No entiendo qué les importa. Y, mientras, Ellas siguen riendo, bailando, cantando, tan carentes de emociones que valga la pena estudiar, pero si supieran… Y si supiera esta araña inmóvil de entre las botellas de la más alta estantería… Que por muchos susurros que su cerebro mande, seguirá tejiendo. Y que por muchos dedos que en mi mente se hundan, crecerá la tela. No quiero que crezca ni quiero permitirlo. Y la miro, pero cuanto más fijamente la miro, menos la veo. Maldita mancha de araña borrosa. No quiero que su tela aumente estando yo así, pues no quiero seguir estándolo. Me levanto, salto para alcanzarla, pero ¿y si aunque la aplaste, o la estruje, o le arranque las patas una a una, nacen otras? La tela seguirá creciendo. Y yo ahora muero, pero ella ya marcha… “¡Cógela!” Y lo intento “¡Corre!” Pero caigo “¡Cae!” No quiero y es demasiado tarde. Debo obedecer. Pies, pies, pues me va a estallar la cabeza del golpe, del ruido y de tantos. Ellas, mientras, ya no están, mas hasta hace un rato hablaban. Oh, espera, ya las oigo “¡Al suelo!” Y todo se oscurece “Al suelo ya, abajo, cáete…

…y, ahora arriba”.
- Pero venga, ya es por la mañana, ahora, por favor, hasta la noche cállate.
Aunque los chirridos viven y a mí me seguirá doliendo la cabeza...