jueves, 20 de septiembre de 2012

Exilio en Juan XXIII

¿Cómo se me ocurre querer ser pensada
si ni yo misma me recuerdo
todas aquellas veces que fui?
Si no me he vuelto invisible
quisiera saber
por qué no me encuentro.
Y si sí lo soy,
por qué aquella otra
se ha despojado de mí.
Y por qué cuando me he marchado
no ha ido
adonde hay cristal.

Caminar aquí es literalmente circular
por laberintos sucios y transparentes
de un color verde de hospital,
como las vueltas y las máscaras y el mareo constante
que sabe a enfermo y huele a gente y a plástico.

El mar ya no es mi horizonte.
Me da miedo que también me haya olvidado.

Aquí lejos
me he perdido
y creo que a ti conmigo.
No te enfades si confieso
que ni siquiera guarda mi memoria al aire
que dieciocho años he guardado en la misma caja;
desde el mismo momento en que también huyó.

Siento en este tiempo
que se detiene sólo entre mis cejas
que la velocidad tan agresiva
no quiere ni tocarme.
Siento que la corriente se me escapa
llevándose con ella al mundo entero;
remándose en ella misma
y en millones de voces
de esas caras grises y mudas
que no van a mirarme nunca.

Si mi habitación es un túnel deshabitado
es porque el polvo de sus esquinas
no va a ser jamás mío.
Y si repito tantas veces que mi casa no es ésta
es porque, lo siento, yo la he cargado con la culpa
de que mi reflejo en tus ojos
se haya secado.

Temo que por siempre.