miércoles, 6 de marzo de 2013

Variation I







Isabel Gómez Rguez

domingo, 3 de marzo de 2013

El Parque, la sangre


El aire, si es que de aire puede tildarse el ambiente grasiento de este lugar, está cargado. El repiqueteo de la voz del camarero y el olor y el ruido de los fritos al chamuscarse en la sartén no cesan. Superpuestos a la pesada narración del mozo y al trajín de la cocina, debe haber otros diez coloquios abiertos, como poco. Chácharas. Cuanto más aumenta su volumen, cuanto más se oyen, menos se escuchan. Desde mi esquina percibo, sobre todo, una especie de graznido ronco. Pertenece a un hombre que debe tener algún tipo de retraso mental, seguro. Llevo un rato pendiente de él, viéndolo vociferar como un energúmeno junto a la barra. Charla, aparentemente, con el camarero. En realidad dudo que ninguno de los dos preste un mínimo de atención al otro. El demente es uno de esos tipos cuyos dientes van a resbalar de sus encías algún día; de unas encías pastosas que ya no tienen capacidad para sostener nada. Sus incisivos terminarán despedidos de un momento a otro, cada vez más cercano. Se trata también uno de esos señores cuyas órbitas mantienen un extraño equilibrio entre las cuencas oculares y el vacío. Pura tensión. Podría romperse en pedazos sin previo aviso, desmoronarse. Yo podría ser testigo del derrumbamiento. En un instante, alguna parte de su cara –o todas a la vez – podrían salir disparadas entre proyectiles de comida masticada y gotas de saliva y cerveza. Y como ellos, sus órganos salpicarían la camisa del cotorra del camarero. Si no hoy, ocurrirá pronto. La verdad, no estoy segura de querer continuar aquí para verificar mis sospechas. 

La cafetería El Parque, por dentro, es un amasijo de voces que hablan al aire. La conversación del loco y el mozo, como otras tantas conversaciones, forman un vaho denso y amasado que se respira desde cualquiera de los puntos del local. Incluso los tres niños que sorben batido de chocolate y vainilla bajo las mesas abandonadas del fondo. Incluso ellos inhalan el palique múltiple y casi tangible que habita el bar. El vapor recalentado que todos ingerimos. De repente, ascienden hasta el techo amarillento de sudor y aceite varios chillidos. Son tres mujeres que, a mi lado, parecen excitadas por algo que alguna de ellas acaba de comentar. No me he enterado de qué se trata. Se dedican a intercalar grititos de sorpresa con sorbos minúsculos de sus copas. Tan mínimos, que da la sensación de que la espuma no va a desaparecer nunca de la superficie de sus vasos. A mi izquierda, justo sobre la puerta del recinto, la televisión. El habitáculo se carga aún más. Paco, las noticias. La monótona garganta informativa se une al tropel. Tengo la sensación de que la temperatura aumenta con el paso de las horas. Que si la prima de riesgo se mantiene. Que si la deuda aumenta. Que si el lince ibérico está en peligro de extinción. Que si otra caña aquí. Que si no me lo puedo creer. Que si es fuertísimo. Que si Christian, nos vamos a casa. Que si Christian, ven aquí. Que si pues va el tío y me dice que no vuelva. Que si con toda su jeta. Que si hombre, Luís. Que si cuánto, cuánto tiempo. 

Todavía no han alzado el vuelo ni los dientes ni los ojos del demente. 



Por fuera, la cafetería “El Parque” son muros de ladrillo, de un rojo más intenso que la sangre.



Isabel Gómez Rguez

sábado, 2 de marzo de 2013

"Aria"







Isabel Gómez Rguez