domingo, 26 de mayo de 2013

estación

fuimos a despedirnos adonde las más altas torres
para que nuestros ojos buscasen aún más arriba

(la luna iluminaba nuestro vértigo de adioses
y aquella asfixiante lluvia de polen de primavera)

incluso sentí la mole del mundo cargada en mi pecho
cuando nos hubo partido en dos la burlona ventanilla

viernes, 17 de mayo de 2013

Alguna de estas noches se me hundirá el esternón hasta el fondo y entonces todo esto habrá llegado a su culmen.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Temporales de agua y polvo

De repente, me di cuenta de que los cristales sentían morir los latidos del corazón de un insecto por un lado y el azote del viento y la lluvia por otro. Ambas cosas al mismo tiempo.

Yo observaba a la mosca, boca arriba y con las patas encogidas, sin saber muy bien qué hacer con ella. Temía tocarla y que se agitara en mi contra, que hiciera el más mínimo movimiento. Entonces, pensé que aquel bicho debía ser borroso. Igual que, desde donde estaba, lo eran las contraventanas del patio de luces que, por cierto, estaban cubiertas de un musgo más antiguo que ellas mismas. Los cristales turbios de suciedad enturbiaban la existencia a sus dos lados: exterior velado e interior velado también, bañados por luz de temporal.


Un aguacero visitaba alrededor de dos o tres veces por semana aquella parte de la provincia en concreto, depositando aquí y allá sus huellas particulares. Esto podía comprobarse claramente en las estrechas cornisas de los muros que recorrían el patio con el que comunicaba mi habitación. Las perlas de lluvia se evaporaban dejando impresas en la cal manchas parduzcas. Así, mis vistas se componían, principalmente, de cornisas moteadas y muros recorridos por hileras dibujadas con la misma tinta de agua sucia. Aquellos temporales manchaban la ciudad entera, que más bien parecía un barrio grande. Sus paredes se reforzaban año a año de polvo apelmazado, que era el mismo que impregnaba el aire que, desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, respirábamos. Año a año, nosotros nos íbamos reforzando también de polvo apelmazado.

Fue por entonces, días más tarde de caer en la cuenta de todo aquel asunto, cuando yo empecé a hacerme preguntas. Quería saber, por ejemplo, si el polvo llegaría a hacerse lo suficientemente denso como para tapar todo vestigio de luz de los cristales o de nuestras gargantas; si los temporales y su periodicidad acabarían con nosotros debido a nuestra indiferencia, o si estaría en nuestra mano ponerle solución a cualquiera de estos dos interrogantes. Quería saber más cosas cada día. Tenía sed de conocimiento y la sensación de que no podía parar de darle vueltas a cualquier detalle que me rodeara. Quería llevarlo todo a la práctica.


El desenlace de mis tiempos de curiosidad fue que empezaron a tomarme por loco. Creo que lo que en el fondo ocurría era que yo sí empezaba a comprender que todo aquello terminaría conmigo.