sábado, 21 de febrero de 2015

El sueño o la calma

Noche. Una cama fría como una laguna. La profundidad de las sábanas negras como lianas alrededor, como manos alrededor, como el agua.
Una noche y una laguna negra. Tranquilidad.
El agua que lame la espalda, las nalgas, los talones. El agua que sube y abraza los hombros, las caderas, los tobillos. El agua que traga.


Noche de tranquilidad oscura. Solamente asoma la cabeza de la planicie del agua. Tranquilidad de humo.
El punto rojo de un cigarrillo al que está asida una cabeza respira aliento blanco. Tranquilidad:
tranquilidad interrumpida. El humo blanco mancha la oscuridad de la laguna. El olor de agua se reviste de fuego. Llegan las avispas como náufragos:
el miedo.
Noche de intranquila oscuridad sobre la profundidad de la laguna.
Una cabeza fuma y observa.


Ruido de avispas y humo silencioso: la noche ya no existe.
Avispas que bailan con lazos de humo, con hojas de humo, con bosques de humo. Aguijones de fuego en la noche clara, cigarrillo consumido, ira y frustración de insectos. Aguijones o cenizas que queman los labios:
dolor o alarma:

la noche ya no es noche,
la laguna eran mantas,
la cabeza era cuerpo, eran párpados abriéndose.


Tranquilidad.




viernes, 20 de febrero de 2015

Crónicas de un encierro




El edificio de enfrente brilla. Es una pared con formas, relieves, detalles. Las manchas del sol se distribuyen como luces y sombras. Imagino que las hendiduras de los ladrillos son las huellas de alguien que los ha redondeado, que los ha tallado como se labran cubos de barro o de plastilina. La calle serpentea debajo, se aleja y gira en tres direcciones distintas. Sé adónde llevará cada una de ellas. Coches, personas, basura. Sé adivinar su serpenteo y sus giros sin asomarme a la terraza; sé dibujar la fachada del edificio de enfrente sin desviar siquiera la mirada de la pantalla de este ordenador. Sabría tallarlo yo misma; podría conservarlo en forma de pequeña figura de arcilla para colocarlo sobre mi mesilla de noche, entre los libros, para contemplarlo justo antes de dormir.


Llamaría a estas “las crónicas de un encierro”. Podría englobar bajo ese título todo lo que he escrito hasta ahora, desde esta habitación y desde cualquier otra. Nunca he escrito serpenteando con la calzada, andando, viendo. Pero dudo que los títulos puedan ser algo más que una mera generalidad, una frase falsa necesaria para la clasificación, y después la venta. Quizás también necesaria para el posterior reconocimiento. “Crónicas de un encierro” es un nombre con gancho, la carpa de un circo bajo la que se esconde un vendaval y algo de arena. Nada más.


Confieso que he sido capaz de hacer agradable la inquietante lejanía desde la cual miro las cosas. Anoche la sentía y también sentí paz. Sucesos desagradables se arremolinaban a mi alrededor: no eran míos. La membrana de mi piel es gruesa como el muro de la fachada de enfrente. Los colores de las manchas del sol no tienen ningún tipo de uniformidad y la calle serpentea debajo. La fachada no repara en la calle y la calle no repara en la fachada. Yo no necesito contemplarlas.


No sería capaz de escribir un poema de amor. Ni sé escribir sobre el amor, ni evito al amor. Desde hace años no tecleo esta palabra, "amor", me resulta fácil hacerlo, se me antoja frívola. Prefiero llamar al amor "calle" o "fachada", o "hueco en un halo de sucesos", "hueco invisible", impoluto a pesar del vendaval de arena que sufre, bajo la gruesa carpa de un circo. No necesito contemplar nada más.

domingo, 15 de febrero de 2015

La no-lectura del periódico

    

    

    

    

    

    



Este post está formado por imágenes y titulares de algunos números del periódico El País que me ha llamado la atención. Los he agrupado no sé muy bien con qué criterio, pero intentando crear un conjunto entre frase e imagen, una comunicación.

viernes, 13 de febrero de 2015

Para mis espectadores:

Hola, público.




Saludo a mis espectadores, vosotros. Vosotros, ansiosos por observar el desarrollo de esta burda comedia. Os imagino dejando asomar vuestros brillantes dientecillos, escupiendo y soltando abruptas carcajadas: aire expulsado a presión, vómitos de sonido entrecortado. Vuestras risas solo acentúan el pavor de esta tragedia. Vosotros, que no tenéis más lugar en ella que el de preguntaros qué pasará. Patearía vuestra cómoda lejanía de butacas, de sillas, de lugares inabarcables para mí. Qué pasará con aquella vida ajena, os preguntáis al ver todo esto. Qué desgracias, qué alegrías me entretendrán esta vez, cómo se desarrollará tal o cual cosa, ¿volverá a tratarse aquello que me gustó tanto o no? También llegáis a aburriros.

Cómoda, comodísima posición ante mi vida, el aburrimiento. Os machacaría uno a uno, os abriría la boca hasta que vuestras mandíbulas se desencajaran. Entonces ya no podríais gesticular y todo esto carecería de ningún valor: yo ya no sentiría nada. ¡¡¡Nada!!! Las evaluaciones dejarían de tener efecto, no sería causante de nada, no sería objeto de nada, de nada, de nada, ¡nada existiría...! Pero, ahí, sois oscuridad y observáis desde vuestro refugio. A mí, a quien la luz del foco le impide defenderse ni ver más allá de este estúpido escenario. Mis ojos llorosos os divierten, ¿los veis realmente? Son el símbolo de un dinero indirectamente bien invertido o del tiempo, al menos, no malgastado. O también de lo más nimio, todo depende de vuestro frívolo gusto. Sin embargo, yo también me pregunto qué y cómo y cuándo. Pero con quién comentarlo, aquí, sola. Con quién reírme aunque fuera de mí misma. No puedo, no puedo observar mi vida sin salir de mí realmente, cuando desde mi interior me siento tan fuera de ella como vosotros.


Quiero saber qué pasará con todo esto, esto que me ha ocurrido últimamente y seguramente ni siquiera sospecharéis. Quiero saber por simple curiosidad. Cuáles serán mis pasos, qué pasará después de o durante o antes de, y especialmente ahora, que el ambiente debería ser tenso y más me valdría mantenerme atenta, expectante… Sé cómo debo actuar siempre, siempre lo hago, pero no qué lugar ocupo en esas actuaciones. Yo debería ser espectador, desmoronarme de risa o de tristeza en la oscuridad y desembolsar billetes de mis bolsillos o embelesarme sin remordimiento ante mi imagen. ¡Aquel debería ser mi papel y no este! Y yo especialmente, no todos vosotros, pues soy yo el espectáculo, ¿quién si no iba a tener más derecho?


Puedo apagar las luces, pero el foco no debe ser esta lámpara si las risas siguen resonando. Me despiertan del sueño y me persiguen durante todo el maldito día, salga o entre o me vaya al maldito carajo. Las calles de esta ciudad son un pasillo eterno, un pasillo estrecho y agobiante. Pero no me agobio, solo me veo agobiada. No me siento, me observo sentir… Os odio, os odio, os odio. ¡¡Dejadme estar con vosotros!!



Un día, dos días, diez días. No pasa nada. Como, duermo, estudio, ando, hablo. La calle, una persona o cien. No recuerdo, puedo borrar, tengo la potestad de borrar el pasado y de borrar el futuro. Tengo la potestad de borrar el presente en función de cualquiera de los otros dos tiempos, por puro interés. Pero vosotros tenéis más, más tiempos, así que contadme. Vosotros tenéis más tiempos y por eso os reís de mí, encerrada en este cuchitril de tres paredes, en el escenario abierto del que me quejo. Cómo no vais a reíros si es ridículo fingirse encerrado cuando una de las cuatro paredes está abierta. Pero si yo lo sé es porque formo parte de vosotros. 

No me siento. 
Me observo. 
Me observo desde dentro. 
Decidme cómo son las otras, las cinco o seis paredes que no puedo imaginar. 
Quiero saltar y no puedo, explicadme cómo.



Los días, los días, las paredes, el tiempo. Cuando se acaben los días, he pensado, se acabarán los tres tiempos:

Hoy queda una semana. No queda una semana, pero digo que queda una semana y, vosotros, expertos espectadores, asentís incrédulos. No habéis venido para quedaros una semana, claro. Lo que quiere decir "queda una semana" es la repetición de cierta trama, una actuación. Y yo, personaje, he sido capaz de averiguarlo. 

Un día de A, 
dos días de A, 
tres días de A, 
cuatro días de A, 
cinco días de A, 
seis días de A, 
siete días de A. 

Al octavo, A. 

Nueve días de no A, 
diez días de no A, 
once días de no A, 
doce días de no A, 
trece días de no A, 
catorce días de no A, 
quince días de no A. 

Al dieciseisavo, no A. 

Luego ni A ni no A al diecisieteavo.
Etc., etc., etc., etc., etc. 

Queda una semana” es una pared que suprime a las otras dos. Pero si lo sé, cómo, cómo puedo seguir aquí…





Ha pasado tiempo y vuelvo a hablaros.


Una habitación. No sé lo que es una pared o un muro. No sé lo que es un techo o una pared o un muro o un suelo. Cinco tablas pintadas de blanco, una tabla pintada de madera. Camino por una, camino por otra, pongo los pies encima o debajo de mi cabeza y miro. Está una pared y una lámpara, está una pared y un armario, está una pared y una cama, está una pared y una ventana, está una pared y una puerta, está una pared y el blanco. Puedo mirar también a ocho esquinas distintas sin contar con las del armario o la cama o la ventana o la puerta. Me río de esta ridiculez de escenario, aunque sigo sin poder diferenciar tampoco algunas esquinas de otras.



23.00 horas, seguís ahí. 
Tengo que cenar. 
Es urgente pero mañana también tendré que cenar. 
También será urgente. 
Ceno dos veces, ceno tres veces, ceno cuatro veces en una hora, pero mañana cenar vuelve a ser igual de urgente. 
¿Os lamentáis?




Después de esta semana queda una semana. En el día M quedará una semana. Queda una semana desde la mitad de la semana anterior y hasta aquí contando a partir del tercer día de la semana que viene. Dos semanas son una semana y, un año, también.



Después de la puerta hay un pasillo: cuatro paredes pintadas de blanco y una pared pintada de madera. No era la cuarta pared. 
En la calle no entiendo la pintura de los muros, no entiendo qué tipo de esquinas me rodean, pero no puedo salir de ninguna de ellas. La calle no era la cuarta pared.





Cuando ya no esté en el primer día de A os seguiréis riendo de mí.


Decidme qué puedo hacer.