viernes, 29 de mayo de 2015

superficie



El suelo se extiende de modo distinto según el día. Según el día las huellas de los pies están impresas en él ya antes de que uno pueda emprender el camino. Pisadas dibujadas en el suelo como piedrecitas sobre el río, como pequeñas boyas para sortear la corriente. Camino marcado, repleto de ayudas: no hace falta pensar, es el suelo quien guía.


Otras veces profundo, hondo y oscuro, el suelo es un horizonte. Una pendiente infinita, en vertical u horizontal. Miles de pasos rápidos, más rápidos, frenéticos; una carrera sudorosa, torpe y jadeante tras él. Un suelo que dura un día entero de arrastrarse, de abrazarlo queriendo notarlo pasar, discurrir bajo el pecho y las manos y las palmas de los pies. Pero el suelo no avanza, ni araña, ni roza. No se sangra. Suelo-de-no-caminar.


O una isla desierta, un islote mínimo de suelo de no poder escapar: una baldosa. Exterior infinito, amenazante; presión de quien vive arrinconado por lo ajeno. O por ejemplo, si no, tal vez el suelo pueda ser un barco de papel o de vela, la huida rápida de un cuerpo inerte. Uno debe ser consciente de su incapacidad para frenar o dirigir el recorrido. O si no una ducha fría, densa: el propio suelo sabe ser el medio del mar, un laberinto de agua infinita. Apartándose a brazadas, el suelo ahogando, entrando por la boca y los orificios de la nariz; suelo que obliga a mantenerse a flote y que amenaza con la muerte.


Suelo, por qué no, para saltar y pasear y sentarse. O suelo sobre el que acostarse tranquilo y dormir. Suelo que tiembla y que tira: terremoto. Suelo del salón oscurecido por la noche o del amarillento color de las bombillas. O el del portal, decorado con puntos de luz: formas de cristal, de colores claros que proyecta la puerta de la entrada. Suelo de cemento, de basura, de heridas. Suelo de mendigos o de niños o papeles o hierba. Suelo para no caerse pero sobre el que se cae. Suelo que permite o no levantarse.


lunes, 25 de mayo de 2015

madurez




La madurez consiste en una indiferencia lánguida y cómoda. En aceptar el devenir de las cosas, un devenir que habrá sido siempre (o casi) premeditado, que siempre habrá estado ahí. También en cambios que se seguirán unos a otros por raíles ya marcados; también, en deslizarse suavemente. Todo se dará, todo sucederá dentro de la circunferencia ya marcada, controlada por una calma serenísima.


Al reincidir los hechos, al reinscribir sus cuerpos una y otra vez en los mismos lugares, habrán labrado hormas espaciosas, agradables, diseñadas a medida de cada uno de ellos. Es en sus respectivos moldes donde nacerán, vivirán y morirán, en silencio. No habrá que hacerles sitio: estará asignado.


nada quebrantará el perímetro preestablecido nada
será sorprendente


Sin embargo habrá cierta ridiculez ante esta calma, la misma que con respecto a todo lo que ocurrirá fuera. Que nada salga ni entre en el círculo será absurdo: un círculo trazado en una sola vida humana 
será miseria


La madurez no habrá de hacerse cargo de su indiferencia mustia y tranquila.


sábado, 23 de mayo de 2015

refugio del escribidor

 






MATERIALES:

- Una botella Mahou edición especial que conseguí que me regalaran en un bar. Está rellena de papel de periódico hecho girones.
- Una rosa seca, también regalada.
- Una postal (de nuevo, un regalo) que tenía una foto y una frase: "El olor potente me rodea. Y la duda se alza sobre la realidad de las cosas."
- La cajetilla de tabaco, de origen alemán, apareció por la calle.
- Lo mismo que con la cajetilla ocurre con los papeles rosa fucsia. Era el envoltorio de -supongo- unos zapatos.
- En cuanto al marco de la fotografía, pertenecía una carpeta que se me rompió.
- La mesa es una caja de fruta que encontré por la calle.
- El mantel de la mesa es (valga la redundancia) un mantel, mantelito en realidad, individual. Está recortado para adaptarse a la caja.
- El lápiz lo encontré por la calle y la cinta que lo ata a la mesa es del mantel de la propia mesa.
- En cuanto al libro, es El Lazarillo de Tormes, una edición antigua. El título, escrito en el reverso, lo recorté para que desapareciera. Los "dientes" del libro son alambre manipulado.
- La bombilla que cuelga de la flor estuvo durante meses alumbrando mi cuarto, pero se fundió.

martes, 19 de mayo de 2015

acontecimientos en mayo



me quiero marchar a dormir con la muerte tras los párpados


atraparla
al apagar la luz y con esta piel tan fina
presionar


son las diez y media de la noche
quiero

zafar la muerte
con la membrana de mis párpados con la
superficie de mis ojos como globos bolas del mundo clavar 
en ella
la retina

soñar con ella

líquido espeso a punto explotar
cráneo consciente constante
deshacer la muerte o los ojos
en ella o contra ellos
mancharme o
cegar



necesito entender



son las siete y veinte de la
mañana

sábado, 16 de mayo de 2015

noche en mayo




Aislamiento

es como se llama esta pared
que palmo a palmo
se va engrosando a mi alrededor


Estoy cómoda



La oscuridad puede estar dentro de mí
si es lo que quiero

La oscuridad
puede tomar cualquier color
por sí sola


Estoy
viva


Estoy

demasiado
viva


demasiado grande demasiado ancha demasiado
despierta

como para caber
aquí dentro



No puedo ni abrir los ojos ni

explotar



Y mi oscuridad se agita se
rebela



No puedo estar tan lejos 
como pensaba

viernes, 15 de mayo de 2015

Caja 1: muerte en libertad









La particularidad de la creación de cajas es que todos los objetos que las conforman han sido encontrados, no comprados. Así, el proceso va desde la búsqueda hasta la creación, desde los restos hasta el objeto. Esta caja, en concreto, está compuesta por:


-  Un sobre rasgado escrito, dirigido a algún lugar de Alemania.

-  Una página de una agenda que tenía un poema rimado. Hablaba acerca de un asesino que atacaba por las noches.

-  Dos trozos de dos conchas distintas.

-  Una cuenta de madera, que sería la perla falsa que esconde la concha.

-  Una cartulina decorada con nubes.

-  Una hoja de un libro sobre el Antiguo Régimen. En cuanto a este, me he ido encontrando durante una semana entera páginas sueltas, siempre distintas, a lo largo del Puente de Segovia. Cada día aparecían fragmentos nuevos del libro.

-  Una estampa con el retrato de un académico que apareció dentro de un libro de segunda mano (La Raquel, de García de la Huerta, o La comedia nueva o el café, de Moratín; no recuerdo).

-  Los trozos de pájaros que hay tras las caras pertenecen a postales con fotografías de la naturaleza.

-  La caja son en realidad dos tapas de cajas, también distintas.

jueves, 14 de mayo de 2015

ahogo en mayo





las golondrinas revolotean sobre mi cabeza como moscas

yo
me arrastro

contaminada por este aire caliente      
viciado


que pronto
voy a ser devorada





martes, 12 de mayo de 2015

mayo de horas





el tiempo lima las palmas de mis manos al pasar y pierdo
constantemente
alguna otra parte de mí


lo que quisiera saber es si seré
algo más
que esta figura dura y fría

que mengua

que esta escultura vieja y débil
que se hace

diminuta


ante un mísero rayo de sol

miércoles, 6 de mayo de 2015

El gesto

Debo confesármelo al menos a mí misma: hoy, de camino a la universidad, me crucé con una docena, quizá más, de caras conocidas. Iban circulando una tras otra, casi en fila como todos, todos, todos los días. Reconocí a la docena o más, quizá más, de caras esquivas. ¡Como siempre! Y es que mi cara buscaba sus caras, siempre busca sus caras; mis ojos sus ojos y hasta podría decir que mi cuerpo, sus cuerpos. Cuando ya estaba cerca de clase, al final del camino, se me ocurrió pensar que una de las cosas que más me entristecen es la ausencia de saludo. Y es cierto. Hasta que atravesé la puerta, no antes, estuve convencida de que el desánimo duraría la jornada entera. ¿Cómo puede empezarse así un día? Yo, yo misma ejecuto el no-saludo como una venganza y, es más, podría decir que seriamente. Si no saludo a alguien, a no ser que me despiste; es decir, si no saludo a alguien deliberadamente, mi gesto es de traición. Y diría que una traición, además, atroz.


Hoy, hoy hubo una persona a la que no saludé porque yo no quise. Tuve la mala suerte de, pendiente mi cabeza de otros temas, situarme justo en el asiento de al lado, en el metro. Difícil no saludar en esas ocasiones, un agitamiento de cabeza, un mínimo gruñido de “anda, estás ahí”. Pero si mi no-saludo iba a ser deliberado, entonces yo debía mantener la apostura: no lo haría. De todas formas, antes de continuar esta confesión mía, admitir que lo cierto es que una de mis máximas, evidentemente, es devolver siempre, siempre el saludo: la educación ha de primar. ¿Qué pierdo devolviéndolo? Lo terrible es comenzar, eso sí sería hipócrita por mi parte.


Continúo, pues. Por muy difícil que fuera no saludar en aquel metro, el gesto (o no-gesto) duró todo el viaje. Quince minutos sostenidos de fingimiento, de incomodidad por mantener los ojos pendientes de un pobre cincuenta por ciento del campo visual. ¡Qué desaprovecho! Yo, afortunadamente, leía. Es posible que por eso no me diera cuenta de que esa horrenda persona estaba ahí, justo en el asiento de al lado, y no por mi desastrosa cabeza. Pero esa, sí, sí, esa horrenda persona tuvo la desfachatez de mirarme, ¡y fijamente! Entonces, yo, idiota, estúpida, inocente; yo, en un momento dado, la miré. Reparé en mi mala educación, no pude evitarlo, y me encontré con sus ojos deliberada, hipócritamente por mi parte. Pues, ¡caramba! Esquivó también ella mi vista. Horrenda, horrenda esa persona. Yo no la saludé de todas formas, que conste, porque desde el principio no quise hacerlo a pesar del pequeño ataque de debilidad. Con esto concluyo que quise ser mala y sentir el orgullo de no saludar. Pues eso. Ridículo, ¿eh? Ah, pero no dignar a alguien una mirada de reconocimiento, de afirmación, con toda la desfachatez del mundo… ¡Eso es negar su presencia! Así que, sí, me vengué de ese ser malencarado y desagradecido y horrendo del metro.


Afortunadamente, el tiempo pasa. Transcurrido el momento incómodo (apenas pude leer una sola línea del libro, obvio; mis ojos resbalaron por las palabras como si fueran una fila de vocablos inconexos: ¡dieciséis páginas perdidas!), las cabezas conocidas siguieron pasando. El asqueroso cuerpecillo ese me adelantó, no tendría que volver a verlo hasta entrar en clase. Ah, pero entonces, en clase, la que no se iba a dignar a mirarlo iba a ser yo. Además aún me quedaban muchas cabezas por encontrar. Ya antes de llegar a la facultad pude cruzarme con unas cuantas y decidí continuar con mi primer y más sencillo mecanismo: buscar su cara con mi cara, para coincidir y, bueno, o sonreír o decir algo, o guiñar un ojo. No, más bien yo no guiño los ojos, pero sí haré gestos, supongo, es lo natural. En fin, las caras pasaban y pasaban y pasaban, y sus ojos siempre bajos. A pesar de que, cara con cara, la mía se reflejaba en las otras a una distancia de diez, veinte metros. Pero, ¡nada! Cara alzada a lo lejos, cara que veía esconderse a mi paso, bajarse, girarse, torcerse, cerrar los ojos u ocuparlos mirando a las manos, al teléfono, ¡a cualquier maldita cosa menos a mí! ¿Y yo? Hombre, no iba a bajar la mirada; no iba a hacerle a nadie lo mismo, además que ya me habían pillado mirando. Ridículo, ¿eh? Ridículo, ridículo, ridículo, claro. ¿Cómo iba a cruzarme con nadie si nadie se ha cruzado conmigo? ¡Ah, pero tengo que confesar que ha ocurrido!


En fin, reconozco que me irrité. El saludo, el gesto de reconocer la existencia del otro, ese tan, tan importante... Recordé como un apoyo a mi ira que precisamente el martes, esta misma semana, un anciano me saludó y yo no lo conocía. Ese gesto anónimo me alegró la tarde: iba a la librería, pájaros, aquel barrio tan bonito y, encima, ese anciano simpático, ¡pues qué felicidad! Por eso, por eso no podía, a pesar de no ser yo un anciano tan simpático, privar a nadie de este gesto. La gente es terrible y por eso me irrité, ¡me irrité muchísimo! No se merecían mi buena voluntad, así que me decidí: obligaría a la próxima cabeza—habrían pasado ya nueve, diez cabezas conocidas más—a reparar en mí a la fuerza. Fue en aquel instante cuando aparecieron esas chicas, las que van conmigo a clase, justo en la clase siguiente, sí, para la que quedaban escasos cinco minutos. Imposible que no me saluden si total íbamos a reunirnos pronto. Ah, sería hasta embarazoso por su parte negarme algo así, conque me envalentoné. Iban por delante de mí y agilicé el paso. “¡Hola!”, dije sonriente, intentando mostrar un gesto de cansancio, como si implícitamente me refiriera con una vagancia divertida al par de aburridas horas que enseguida compartiríamos. Ellas, que ya estaban hablando, siguieron hablando. Agilicé aún más el paso; estaba completamente a su altura pero nadie, nadie se giró. Prácticamente, entonces, corrí. Ya no quería ir más a su altura.



Bueno, el edificio de la facultad estaba enfrente y la tristeza era inminente. Mi último intento, el último y no dignaría con mi saludo a nadie más. Mi moral tenía que salir indemne. Y un chico bajó las escaleras, era aquel que había ido a mi clase de italiano el año pasado. Todos se reían de él por cómo vestía y hablaba, así que siempre me preguntaba a mí las dudas que la lección pudiera suscitar. Yo, la comprensiva… ¿No le hubiera hecho incluso un favor, yo, dirigiéndole el saludo esta mañana? Claro, era infalible, así que levanté la cabeza: el destino se arreglaría al final. “¡Hola, qué hay!”. Él no hablaba con nadie, no había ruido como para que no me escuchase, no portaba objetos en las manos. Y así, el tipo este miró al frente, más todavía, y siguió andando. Yo me había parado delante de él, bajo las escaleras; yo, la comprensiva, la generosa repartidora de saludos a todas esas personas estúpidas y asquerosas. Pues subí a clase; yo, la inexistente, la que no podrá afirmar ante nadie que se ha cruzado con docenas y docenas de apestosas cabezas esta mañana. Me senté en el pupitre, ¡y me saludaron! Sí, ya, ya estaba en clase. Bueno, pues saludé, saludé para no privar a nadie de ese saludo mío tan valioso. He de decir que todavía no sé qué haré mañana con él.

martes, 5 de mayo de 2015

Fragmento de




Busco.
Una valentía súbita por buscar, por encontrar, por tropezar, por chocar con
empujar. Valentía súbita
por el golpe.


Estos pasos no son míos, pero sí este estómago, animal que se retuerce
que se desvive
que muerde
por encontrar.


Busco:
salgo por
camino por
recorro bares, calles por.


Busco para toparme con y que me vea y que luego sea
quien busque.



Busco solamente para huir de








   

 

sábado, 2 de mayo de 2015

agua huída (2): la ducha

escribo sobre el agua
sobre este chorro dividido en cientos de pequeños chorros
que bajan hirviendo
por la piel

que dejan huecos
descubiertos

calvas indefensas
al frío



escribo sobre nimiedades
como el agua

y por tanto también sobre el frío
que me espera fuera

que me espera paciente
tranquilo



escribo sobre una trampa

durante una hora

durante dos


imposible aburrirse aquí
tapando calvas


durante tres horas

cuatro



el agua se acaba y pronto
tendré que entregarme



pero es imposible aburrirse aquí
si mi piel engorda como una fruta podrida
y mis manos y pies son blancos
como los peces
cuando flotan



cinco horas

seis

escribo sobre nimiedades sobre
lo que no tengo que pensar

como este frío que forma parte
de un reloj que porto
entre ceja y ceja

reloj doloroso y consciente
de la presión que me causa


como este chorro dividido 
en cientos de pequeños chorros


como el agua que
de repente

ha dejado de hervir hace tiempo



pero cómo aburrirse aquí si
mis heridas son gruesas y pálidas
blandas como carne descompuesta

si van a resbalar sobre mi piel y abrirse
si van a dejarme calvas
como estos cuerpos míos que flotan
bajo los pies



el frío 
todavía 
aguanta fuera