Los suspiros rebotan por las paredes, es lo único audible en
esta habitación. Será mi madre, que ya estaría dormida, a mi lado. Respira tan
bajo que a veces me asusto y debo poner mi dedo bajo su nariz para
tranquilizarme. Entonces me detengo. Una fuerza consciente me hace recordar a
lo que debí ser yo obedeciendo este tipo de impulsos en otras ocasiones. (La
nariz de mi madre, entonces, pasa automáticamente a mi memoria.)
Soy buena. La calidez se despierta en mí al haber
descubierto generosidad en un impulso inconsciente, y lo describo. Pero
formular al fuego es soplar sobre él. Eso me asusta: ya no soy buena.
"Los suspiros rebotan por las paredes, es lo único audible en
esta habitación."
Oscuridad, un perro duerme a mi lado. Está tranquilo y eso
me conviene. Me duele el estómago, mi vorágine patalea, pero él ha aceptado
taparse, tenderse junto a mí. Este perro confía tanto en mí que no le inquieta
el ruido de las teclas: duerme. Entrega su cuerpo a mí, cierra los ojos. Se ha
tirado en picado a su interior, se ha abandonado y yo debo cuidar de su
cuerpo. Cierra los ojos ante el mundo. Junto a mí, no teme que nada pueda
atacarlo. Respiro, respiro, respiro.
Oscuridad.
Alfredo, Alfredo, Alfredo, duermes junto a mí. Tú, que
conoces mi peligro mejor que un perro, cierras los ojos. La habitación es tan
oscura que no puedo verte la cara, pero la intuyo. Duermes de frente a mí, no quiero
tocarte. Eres con esta oscuridad: una idea. Tu cabeza asoma entre los pliegues
del edredón como una piedra al sobresalir de la piel de un lago. Tu cabecita es
una esfera tallada en piedra, arropada por el agua oscura. Una piedra suave y
húmeda, negra, musgo tranquilo, un perro abandonado a mí, una nariz, unas
pestañas, mi madre. Tus dedos agarran fuertemente las aguas, te envuelves.
Alfredo, te tiras en picado a tu interior y me entregas tu cuerpo, pero te
aferras con todas tus fuerzas a la oscuridad para que yo no pueda arrebatártela.
Si esta noche te quedases destapado, desaparecerías.
Aire entrando y saliendo, aire oscuro rebotando por la
profundidad de mi estanque.
La vorágine duerme junto a mí.
Lo hace, esto ya no es
imaginar. Pero respira, respira: mi madre duerme junto a mí y yo debo ser pequeña, ínfima,
piernas y manos minúsculas.
Mami, mami, párpados tranquilos, no puedo verte. Necesito
imaginar, no recordar, maldita vorágine hambrienta. Mami, mami, ¿quién eres?
Palabras.
Las palabras vuelven, tengo que buscarlas en una red.
Ya no hay mi madre, ojos, perros, Alfredo. Las ideas... Tengo que buscar, buscar. Tengo que buscar a
mi madre en las palabras, en una red, en otra red y en otra, y yo quiero que duerma. A ella también la he
arrojado en picado a su interior para tener que cuidarla, pero la busco. Respira.
Mi madre, la oscuridad,
un estómago.
Tenía que detener a la vorágine pero la he devorado.
Los suspiros rebotan,
rebotan, rebotan en mi vagina.