(Recomiendo leer rápido por aportarle realismo, así lo he pensado cuando escribía, al asunto)
Volviendo hacia
el piso, llaves en mano, me sentí primero adulta, y luego sola y egoísta. Cuanto
más sola me hacía (me hacía muy sola, demasiado sola), más egoísta quería ser. Tan
abandonada me veía, que subiría, lloraría y me echaría a dormir media hora,
porque sí. Era autónoma: nadie iba a pedirme explicaciones. Dormiría y lloraría
con la puerta abierta o cerrada y no iba a recoger mi cuarto. Cuanto más
egoísta quería ser, tenía más necesidad de serlo. Bajaba, llaves en mano,
ansiosa. Iba a recorrer así aquella cuesta infinidad de veces, aquella cuesta
que ahora iba a ser un poco más mía. La poseería como poseo todos los objetos
que amueblan mi rutina. Estaba siendo muy adulta yo, sola con mi rutina y mi
calle y mi casa, bajando mi avenida con mis llaves en mano. Iba a tener que ser
mucho más adulta cuando tuviera que bajarla a la octingentésima vez. Iba a
acabar harta de ser tan adulta y tan egoísta y tan sola. Más harta a la octingentésima
vez que ahora, que ya estaba harta. Subiría, lloraría y dormiría, para
despertarme y para pensar qué hacer después, qué genialidad adulta y egoísta me
entretendría. Haría todo eso de forma autónoma, al menos. Podría mirar por la
ventana o estudiar o caminar, o quizás leer o beberme una o mil cervezas
autónomamente. Hay cientos de cosas que hacer para ocupar el tiempo, pero
inevitablemente todas ellas iban a estar destinadas a ocupar el tiempo. Querría
seguir durmiendo para no esperar. Pero al pensar en eso, bajando la calle, fui
consciente del engaño de dormir: otra artimaña para llegar al final del día sin
verlo y sin verme. De esa manera no se puede dormir. Mejor dicho, no se puede
despertar, porque aun llegando al final del día, luego está el día siguiente y tener
que volver a esperar más después de bajar otra vez aquella calle, llaves
en mano, veinticuatro horas después, y luego cuarenta y ocho u ochocientas o las
que sean, después de llorar y dormir. Pero es que resulta que volviendo hacia el piso,
llaves en mano, pensaba en que subiría, lloraría y dormiría, y no querría
despertarme después, porque me preguntaría qué es lo que hacen las personas adultas
y solas y egoístas cuando esperan. Luego, habiendo vuelto a ser yo, me
preguntaría qué haría cualquiera.
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