Llevaba horas durmiendo en su cunita como un ángel.
Mi continuación:
La había depositado con sumo cuidado y acariciado hasta tranquilizarla. Tras ello, no pudo evitar sentarse frente al cuerpecillo que, tapado, parecía incluso más pequeño. Le conmovía tanto, que toda la tarde contempló la cabecita inerte con ojos inundados en ternura. A veces, extendía una mano para arroparla o mimarla, si notaba alguna inquietud rondar su mente y perturbar su sueño. Aquella carita estrujada contra la almohada era su vida y dedicación. Descansada, la perra despertó con un ladrido. Víctima del nerviosismo de una pesadilla bestial, se abalanzó sobre el niño. Le arrancó parte del rostro de un mordisco.
(99 palabras)
Isabel Gómez Rguez
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