La madurez consiste en una indiferencia lánguida y cómoda. En aceptar el devenir de las cosas, un devenir que habrá sido siempre (o casi) premeditado, que siempre habrá estado ahí. También en cambios que se seguirán unos a otros por raíles ya marcados; también, en deslizarse suavemente. Todo se dará, todo sucederá dentro de la circunferencia ya marcada, controlada por una calma serenísima.
Al reincidir los hechos, al reinscribir sus cuerpos una y otra vez en los mismos lugares, habrán labrado hormas espaciosas, agradables, diseñadas a medida de cada uno de ellos. Es en sus respectivos moldes donde nacerán, vivirán y morirán, en silencio. No habrá que hacerles sitio: estará asignado.
nada quebrantará el perímetro preestablecido nada
será sorprendente
Sin embargo habrá cierta ridiculez ante esta calma, la misma que con respecto a todo lo que ocurrirá fuera. Que nada salga ni entre en el círculo será absurdo: un círculo trazado en una sola vida humana
será miseria
La madurez no habrá de hacerse cargo de su indiferencia mustia y tranquila.
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