domingo, 13 de noviembre de 2011

Arrepentimiento. Pesadumbre. Desazón.

Fuera luces. 
Dentro acción.


Casi no queda espacio para gritar, pero no se clava otra cosa más que el chillido de mis tímpanos. Creo que se me han perdido los sentidos, incluso como para intentar buscarlos. En las esquinas descansan montañas de mis ojos abiertos, pupilas penetrantes que me calan por dentro. De hielo grisáceo. Creo que me congelo. Culpa. No soporto más miradas. Que se cierren todos. Que se mueran. Que los mate. Que me olviden. Quiero girar, girarme, pero las paredes dan vueltas conmigo. Que se paren. Joder. Que se paren. Ya ni siquiera encuentro el interruptor para encender la luz. Se me ha olvidado dónde están las ventanas. Ya no recuerdo nada. No puedo echar los chillidos fuera. No sé cómo. No puedo deshacerme de la sangre de mis tímpanos y no puedo sentarme. Todo corre demasiado como para quedarme quieta. Todo late. Me empuja. Los latidos me increpan. Creo que me se hincan sobre mí. Creo que se hunden y creo que me caigo. Me da miedo caer. No veo a dónde. No veo nada. Me ven a mí. Ya sé que taparme los oídos no vale de nada. Los ríos fluyen por dentro. Quiero esconderme. Esconderme de mí. Pero no puedo. 
No.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué te parece?