domingo, 27 de marzo de 2011

Solamente esta noche


Podría hoy cerrar los ojos;
ver los más verdes campos.
Podría hoy cerrar los ojos;
sentir la más dulce brisa.

Podría hoy, mañana. Podría como tantos pueden.

Podría, noche;
zambullirme en luces congeladas.
Podría, tarde;
acariciar lágrimas que esperan cálidas.
Podría, tierra quemada.

Podría, ellos pueden. Sonreiría, ellos ríen.

La bilis toca ya largas pestañas móviles,
profundos párpados secos.
Ya grises piernas de humedad abiertas,
ya no sienten.
Es el viento que sopla muerte,
sabe a muerte y huele a aliento
de nadie.
Las rotas de hojas rotas partieron.

Da igual. Nadie lo ve ya
porque la bilis baña párpados.
Es culpa de la sal.
La sal ha ahogado todo.

30 de enero de 2011

Ha vuelto el mismo sentimiento. Esa mano que hacía ya tanto que no me tocaba, vuelve hoy a apretar mi cuello, clavándome sus uñas, mordiéndome con sus dedos, matándome. Exprimiéndome en lágrimas. Ahogándome en sollozos. Lo odio. Pero sobre todo, odio el cielo de hoy. El sol brilla a través de las nubes oscuras. Hoy la luz parece más opaca y más fría, hoy la luz es gris. Un gris que tiñe mi sangre, que la absorbe ¿Qué es la vida, más que sangre derramada? Se cuela por las grietas de sus manos congeladas de suelo. Sostienen nuestros cuerpos, de papel, y soplan. Y nos hundimos. Luego los árboles se alimentan de ella, y crecen, y tapan aún más la oscura luz. Más que las propias nubes.
Y es de nuevo otro amanecer, sin ganas. Amaneceres de rabia y de amargura. Y es este estanque en el que vivimos, el que nos ahoga en nuestras propias penas de aire condensado. Me mata pensar que siempre, siempre será el mismo. El olor de esta casa podrida es el mismo que el de la avenida sucia de ratas en la que yace. No sé nada. ¿Cómo debo sentirme? Necesito a alguien que me explique a dónde debo agarrarme ahora, ahora que soy yo la que sostengo bajo un dedo de hormiga el peso del mundo. Temo caer por si caen conmigo, y temo el simple hecho de caer. A veces mi corazón se transforma en una bolsa arrastrada por el viento; un poco rota, un poco sucia. Quizás sea la soledad de personas, pero qué más da eso. Quizás la muerte quiera llamar de nuevo a las puertas de madera, tirarlas de un soplo para penetrar entre las cuatro paredes de mimbre de mi casa. Y llevárselas, llevármelas. Otra vez. Justo ahora. Como a él, para caer en un cúmulo de recuerdos que asesinan un poco cada día.
Abrir los ojos es contemplar puertas abiertas de salida, con una mujer desconsolada gritando, en el suelo, porque su corazón se ha ido. Porque se ve obligada a vivir sin amor y sacar todo su sufrimiento adelante, con ellas. Sé que podrá hacerlo. La conozco. A pesar de las complicaciones de la enfermedad, que parece haberse colado por los huecos que dejan ventilar de brisas de humo de ciudad. Y es una niña de pieles y huesos en quien se ha convertido. No hay apoyos porque han escapado. No hay nada. Y yo… ¿y yo?
Yo, más muerte. ¿Qué augura el paso del tiempo si no muerte? Muerte tardía, temprana. Muerte de distancia que te arrebata el cariño de momentos felices. Te echo de menos. Muerte. ¿Por qué escoger? Sólo queda esperar y así llegar al mismo destino que tú o ella, con más o menos heridas, agujeros, ganas, alegría. Rectifico: no, no hay alegría.

Te echo de menos

Hoy te extraño.

Busco tu cuerpo entre gente sin personas y un aliento escondido tras suspiros sin aire.

Una voz nacida de mi garganta muda, gritos escuchados por oídos sordos.

Ha amanecido lluvia en la pradera de flores de cemento enmarcada por mi ventana.

Un día, una hora, un segundo más.


Things just couldn't be the same

Éste fue el cinturón que ciñó blancas sonrisas.
Éstas las lágrimas que en ríos enfriaron nuestras tiernas frases.
Los corceles blancos se vieron ennegrecidos por densas nubes oscuras.
Y aquellos pétalos que cubrían el camino se macharon.
Fue el viento.
Y con él volaron aquellas futuras palabras, sonrisas y besos.
Las palomas mensajeras perdieron tus promesas.
Y las mías ascendieron por el profundo cielo.
Y apagaron esa estrella. Y esa playa. Y apagaron la noche entera.
Y de un musgo tupido se cubrió el recuerdo.
Y nuevas flores nacieron.

Lynyrd Skynyrd

Hoy me he dejado acariciar:




Vuelan las hojas de abetos de una puesta a otra puesta de sol,
y la brisa, la brisa acaricia la noche, y de la noche el día.

Flores que fluyen y flotan afligidas por verse fluctuar en el mismo flujo que el río.

Alitas altas que alerta, alteran altivas al tupido paisaje.

El aire que envuelven bailarines puntos de blanco es aquel cual de tu perfume vive.

Y los gatitos maullantes no son si no suaves de tus manos, caricias.

Nace después ese rocío de verdes, alimentado de mañanas.
Mueren entonces ardientes huellas de cielo por besos escritas.
Arden y aguardan arduamente.
Aguardan a que vuelen las hojas de los abetos.
De una puesta, a otra puesta de sol.