domingo, 21 de octubre de 2012

Mi Casa



Llueve.
Sobre La Casa de la Risa, llueve.
Y lloran los muros
a cara descubierta,
que hace frío...
Pero dentro
las habitaciones están a reventar de máscaras
en La Casa de la Risa.
Máscaras doradas.
Oro para encontrarse
y oro para tocarse
en las noches malvas
que, aquí, son infinitas.
Para eso hay trapos en todas las ventanas.
Para eso y por evitar que se cuele
un brazo pálido
de soledad
(la manera de exagerar las carcajadas
es oscurecer aún más el negro,
en La Casa de la Risa).

Llueve.
Pero el cielo no logrará nunca, lloviendo,
borrar al rojo;
al rojo,
que es el único conocedor
de la cara del ladrillo.
Y así es que, como ésta,
aquí hay tantas llaves escondidas
que dormirán siempre...
Siempre.
Siempre se acumula el llanto en las resacas...
Pero suelen reír todos, sin gracia.
Siempre ríen.
Éste es,
éste, el calor de la que debo llamar casa
porque yo también estoy obligada
a mantener bajadas
todas las persianas
de La Casa de la Risa.

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