miércoles, 25 de enero de 2012

Escrito está:




Apenas sí se distinguían los individuos tras su ruido y frenética actividad. Los agudos cláxones parecían mantener su acostumbrada conversación, insultándose y devolviéndose los insultos, acompañándose por cientos de cuerpos grises, aparentemente sordos. Mientras contemplaba impasible la monótona escena, permanecía atento a las casi inaudibles pisadas del niño, tras él, por la habitación. Estaba seguro de que el pequeño había notado su nerviosismo en cuanto subió al piso y lo encontró distribuyendo por el mísero habitáculo en el que vivían grandes piezas de fruta. Tan inmerso estaba en sus pensamientos que, al descubrirlo, se limitó a proferir un pequeño “truhán” parecido a un gruñido. En su lugar, solía recitar la rutinaria reprimenda a la que tenía tan acostumbrado al chico, tras cometer sus indebidas hazañas por los puestos de comida de la Calle Principal. Esta vez no. Y aunque para entonces ya estaba de espaldas, de cara al ventanal, supo el gesto de extrañeza que surcó los claros ojillos de su sobrino, quien permaneció a la espera del hombre, para comprobar qué escondía tras ese abstraído semblante.

Unos cuantos minutos de silencio y se escucharon varios golpes sonoros, intercalados con algunos débiles, al otro lado del cuarto. El niño se levantó a abrir, pero el viejo apuró tanto el paso que en un par de zancadas lo adelantó y se dispuso a liberar la gastada plancha de madera, tan acorde con la casa entera y sus mismísimos habitantes, de cerrojos y cadenas de seguridad. Con un chirrido, la puerta dejó a la vista unos profundos ojos oscuros, procedentes de una cara tapada con una bufanda oscura hasta la nariz y un gorro que cubría las cejas. El portador de esa penetrante mirada entró cómodamente en la vivienda, dándole una palmada en el brazo al hombre y dejándole al pequeño el pelo alborotado por una juguetona caricia. Avanzó hasta el fondo de la habitación y se despojó del gruesísimo abrigo, guantes, gorro y bufanda, apoyándolos en una silla y mostrando, casi sorprendentemente, un menudo cuerpo de mujer con simplísimas ropas y un sonriente rostro, acorde con sus largos cabellos rubios.

- A ver, profesor, ¿qué es lo que habéis hecho esta vez?

No contestó. Dio algunas ropas a su sobrino y, para el asombro de éste, lo acompañó hasta la puerta, depositó en sus manitas unas cuantas monedas y cerró tras él. Después, le indicó a la chica que se sentase, para hacer él lo mismo. Se arregló los bordes de su poblado bigote, se pasó la palma de la mano por la reluciente coronilla y comenzó:

“Ayer. Ayer fui con el chico a la editorial. Como todas las mañanas… tampoco es ninguna novedad. Yo pensaba que quizá esta vez fuera diferente, no sé, tenía una especie de presentimiento de que aquella mañana sería diferente a las demás. De camino, lo perdí un rato. Luego apareció con una bolsa de caramelos y una reluciente sonrisa. Siempre está igual… Mi charla sobre su falta de moral duró hasta el mismo despacho del editor. Recordé con satisfacción esa corazonada mía cuando, sin yo creérmelo demasiado, el rollizo y altivo joven guardó mis escritos en lugar de devolvérmelos o tirármelos ante mis propias narices. Poco me duró el gozo cuando, de repente, noté una fuerte mano sobre mi brazo levantándome, al tiempo que el arrogante ése me sonreía. Un corpulentísimo guardia me llevó hasta la salida, arrastrándome prácticamente ¡a mí, un viejo! Mientras, Pablito corría tras él. Yo me limitaba a hacer gestos al pequeño para tranquilizarlo, pero a la salida me horrorizaron sus ojos tan abiertos al ver cómo contemplaba la serie bofetadas que el funcionario me arreó en la cara. Casi me dolió más la mirada de mi sobrino que el golpe. No debí traerlo conmigo…

- Al próximo intento de publicar insultos semejantes, acabará sobre ti algo más que una somanta de ostias, viejo.

Bueno, yo simplemente me limpié la boca y agarré de una mano al mudo Pablito, para llevarlo lejos de allí. Caminamos hasta el parque La Libertad, donde se soltó de mi mano y se alejó, así que me senté, esperando a que se tranquilizara y volviera. En efecto, apareció, y con una bolsa caliente de castañas. Entonces, su carita repleta de pecas se me acercó con un gesto de compasión y rara madurez, y me besó la mejilla. Le reprendí poco por las castañas. No me apetecía gritarle después de aquello, así que acepté su modesta invitación y nos saciamos lo que pudimos en aquel helado mediodía. Rumbo a casa, cruzamos Plaza Concordia, donde, como sabes, hay un gran reloj. Recordé que tan solo faltaba una hora para nuestra reunión en la casa de Nuno. Decidimos ir directamente por el frío. A él no le importó nuestro adelanto, y nos invitó a café mientras os esperábamos. Fumaba como un poseso, se notaba que estaba nervioso por lo de esa noche. Me relató una y otra vez cómo Raúl había conseguido organizar a todos y cada uno de los obreros de la fábrica para la huelga, que si cogería por sorpresa a los patrones, que si los empleados no se merecían un trato como aquel, que si habíamos llegado a un punto en el que valía más el producto final que el propio productor… Entonces, para la grandísima alegría de Nuno, Raúl surcó animoso la puerta. A pesar de vérsele un poco consumido, tenía muy buen aspecto. Le brillaban mucho los ojos y era incapaz de no sonreír. A Pablito siempre le había llamado mucho la atención el contraste de su blanca sonrisa con el de su piel oscura. El caso, es que tu novio había venido con el claro objetivo de pedirme consejo sobre cómo llevar a cabo la huelga. Se le veía con ilusión y fuerza, tanta, que me temía que quizás no se quedase en una simple parada de la producción y que, probablemente, alguno de los trabajadores, seducido por las palabras de ánimo, se dejase llevar y provocase un alzamiento. Le aconsejé fervientemente que no lo hiciera, pero no simulaba escucharme, a pesar de que era él quien me hacía continuas preguntas. Estaba demasiado excitado. Luego, pasamos al tema de siempre: actualidad. “Increíble encontrarnos en un régimen represivo cuando hace casi cincuenta años aquí había democracia. La avaricia ha hecho que acabasen con todos los derechos que tanto tiempo han tardado en gestarse. Esto es una vergüenza ¡No podemos quedarnos de brazos cruzados!” Entonces, llegaste tú. Recuerdo su mirada al verte… La recuerdo tanto, que me duele. Podía tocarse el amor que sentía por ti, ¿sabes? Pero no hace falta que te cuente lo que ya conoces.

Esta mañana vino Nuno a verme. Me pidió que bajase a la calle, concretamente me condujo hasta un antro que no había visitado nunca. Estaba a reventar de gente, tantos borrachos a las siete de la mañana… Cómo cambiaron las cosas. “Te traigo aquí porque con el ruido se habla mejor. El silencio escucha.” Hasta que lo vi desde esa cercanía, no me había percatado de que sus ojos parecían dos brasas, y su voz y manos ya no temblaban del frío.

La pasada noche, en la fábrica, la actividad comenzó como en cualquier otra jornada. Las 8.30 y todo el mundo trabajando, sin hablar unos con otros. Me dijo que, sin embargo, absolutamente cada uno de los obreros conocía las palabras que Raúl se había concienciado tanto en extender. Llevaba días trabajando para esa noche. Todo tenía que salir perfecto. Sería la primera huelga en cuarenta años. Les enseñarían a los patrones que “proletario” y “esclavo” no son sinónimos. Nuno, al igual que todos los días, se hallaba junto a tu compañero. Ambos esperaban ansiosos a que dieran las diez. Ése era el primer paso del plan y el único que se cumpliría sin importar qué ocurriera antes o después. Las diez, por fin, y la máquina profirió un bramido estridente que hizo sobresaltar a todos los trabajadores. La cadena de producción se paró y los obreros se miraron unos a otros. Al fondo, alguien agarró una herramienta y comenzó a golpear con ella el suelo. Poco a poco, se le unieron más y más golpes, hasta que parecía retumbar la fábrica entera como si de un instrumento de percusión se tratase. Todos sentados en el suelo y, Raúl, en pie, sonriendo, aplaudiendo. Poco importó que los patrones acudiesen a llamar la atención, el ruido era tal, que apenas se les escuchaba. “Parecíamos estar soñando, sobre todo él. Ese gesto suponía una gran victoria para nuestras vidas. Un logro que tiempo atrás ni hubiéramos podido imaginar.” Así acabaron la jornada, orgullosos y satisfechos de su valentía y compañeros. Poco a poco, se fueron marchando, hasta quedar únicamente nuestros amigos. Se abrazaron mil veces y comentaron lo que eso supondría para su porvenir con voces temblorosas. “Jamás lo había visto tan feliz.”, me comentó tiritando, “Pero entonces alguien me agarró. Intenté soltarme, pero estaba inmovilizado. Noté la fría dureza del metal en mi sien y miré a Raúl. Dolorosamente sereno, me dijo: “Tranquilo, Nuno, a ti no van a dispararte”. Se hallaba en la misma situación que yo, pero quien lo apuntaba no le tapaba la boca. No pude ver de quién se trataba, llevaba la cara cubierta. Lo intenté. Querían que se supiera. Querían que su castigo se supiera ¡No tienen escrúpulos! Raúl cerró los ojos y…””.

Entonces se oyó un gran estruendo. La joven, con la cara inundada en lágrimas, se levantó chillando y tiró la mesa sobre la que segundos antes se apoyaba. Gimiendo, se dejó caer en el suelo, desconsolada. Y, con el rostro deshecho y la voz rota, miró al anciano:

- Gracias, profesor.

martes, 24 de enero de 2012

Bajo "Terra Chá"

Guarda la tierra,
Tierra Llana.
Guarda la tierra
mi casa.

Y es casa de lirios
y con lirios canta.
Y es casa de lirios
su cama.

Cama, y no lecho;
para sus piernas, cama.
Cama sin tiempo
y por tiempo sellada.

Y son sellos sal,
sal susurrada.
Candados son sal,
y es condena, y es agua.

Y solo ya sal.
Ya solo agua.
Ya tierras y lirios.
Y tan fría su cama.


Lirios, Claude Monet

domingo, 15 de enero de 2012

Por y para Ausencia:



Así, como la estación vacía de ti.
Como la Luna siente al Sol, solos.
Como razonar el corazón...
Cómo sino lloro.

Y tal que el hielo de nuestra sangre.
Tal que la sal de tus labios (tan agria).
Tal y como cantaba despedidas la mañana...
Así vives en mí las albas.

Y como las cartas (sin sellar) cerradas.
Como la paloma muerta, pero blanca.
Como estos pétalos ya secos de esperanza...
Que pese así te busca un alba abandonada.

miércoles, 11 de enero de 2012

Coa morte do día,

Rabuñan a alaranxada prata
bicos da flor do toxo.
Róubanlles os ventos mareiros
os rumoreos últimos do sal;
das gorxas, os derradeiros choros.


E van acariciar os beizos
abertos nas noites escuras.
E agardando fican as estrelas,
polo lume nos peitos,
a humidade esquecida coa lúa.


Sopran azul dos seus raios
nas pestanas namoradas do ceo,
mergulladas no xeo alborado,
perladas de ardentes cristais,
ansiando voar do frío cemento.

Que afoga as gargalladas ó Sol
ó non mirar nas mañás os campos,
surcados por brazos de ferro,
rachados de valeiro sen tempo
e o gris sen laranxas,
              sen estrelas,
                     sen ceo.

martes, 10 de enero de 2012

Corazón y vinagre:

Y si araño esta noche tu puerta,
es para clavar tu dedo en mi llaga.
Y es que yo ya gasté mis uñas;
que fueron las paredes, que llaman.
Y que fui yo a buscar, entre el yeso, la sabia.
Y, sí, yo araño esta noche tu puerta.
Tú clava mil dedos en ésta, tu llaga.