Una vorágine hasta aquí, hasta ahora. Un murmullo continuo
como una corriente, nada más. Y de repente ahora.
Intento no buscar palabras y dar luz a mis ideas, pero todo
pende de alguna otra cosa. Nada tiene suficiente brillo como para mantenerse
por sí solo. Las palabras son redes, a ellas también las precede la vorágine. Y
entonces mienten.
Yazgo. La oscuridad tapa mis piernas, arropadas, enredadas
con otras piernas. Mi estómago ocupa toda esta oscuridad, es el único ser
viviente. Doy cobijo, en mis entrañas, a la vorágine. Yo no la puedo expresar
con palabras sino es tiñéndola, pero mi estómago la porta realmente, tal y como
es. Soy madre: no siento náuseas sino el temblor de una criatura tumultuosa, mi
hija.
Pienso.
La vorágine es mentira. Y si mis palabras mienten es porque
intentan darle un viso de realidad. Recapacita, esto no se puede hacer. Me digo que desconozco la manera de
hablar con sinceridad y de mentir al mismo tiempo. Me refugio -respira-, me
refugio en que desconozco la manera de no buscar palabras, de ser una idea.
Mentira.
Yo soy la vorágine, soy toda esta oscuridad de
piernas enredadas.
Y yazgo.
El ahora es una habitación de red tejida con nudos
negros que me arropan.
Pero no duermo entre otras piernas sino sola. Mentira,
mentira, mentira, miento y por qué. Por los nudos, por la vorágine. La vorágine:
Qué es la vorágine. (Preguntar es sincero.)
Vorágine, vorágine, vorágine, vorágine, vorágine, vorágine,
vorágine, vorágine, vorágine, vorágine, vorágine, vorágine,
vorágine, vorágine,
vorágine, vorágine, vorágine, vorágine,
vorágine, vorágine, vorágine, vorágine,
vorágine, vorágine,
vorágine, vorágine, vorágine, vorágine, vorágine, vorágine,
vorágine, vorágine, vorágine, vorágine, vorágine, vorágine.
La vorágine es el pasado. Y el pasado es un murmullo, una corriente dura que
empuja hasta el ahora. Yazgo arropada. Y el ahora, una corriente que empuja
desde atrás, una red que pende de otra. Tengo que hundirme en la vorágine para
comprender, pero qué es la vorágine, contéstate.
Es antes.
Pienso.
El día de hoy, ayer, la semana pasada. Años, años, años. Los
años no son años, no tienen forma, no los veo. Sí veo mi vida en esta habitación:
una manta larga y espesa y los años, entretejidos entre ellos, mezclados y confusos,
han oscurecido esta noche, para taparme. Los hechos hilados en un largo trapo
cálido que me adormece, sin formas ni límites que los distingan.
Hechos: fuerzo mis recuerdos igual que busco las palabras: hojeo
la guía de teléfonos: manoseo el manual de lingüística. No encuentro, pero sabré
qué busco, me digo, cuando la forma de la página me resulte familiar. Respiro.
El ahora en que yazgo, hoy.
Han pasado cosas, puedo enumerarlas, especificarlas. Esto es
algo que mañana ya no podré hacer. Tengo una lista. De la misma manera, no
puedo volver a vivir el día de hoy, ni tan siquiera sentirlo, al leerlo: mi
lista de hechos se resume en palabras.
RESPIRA.
Una dura, lejana corriente, ha apagado la luz en este cuarto,
ha cerrado los ojos, las piernas que rodeo, se ha metido en mi estómago y no la
veo. Ni soy capaz de abstraerme y no ver, ni necesito abstraerme y no ver. La vorágine
es un vacío amenazador que me agota, que me facilita el sueño cada noche y un
cuerpo con quien dormir.
LA VORÁGINE:
el pasado,
todo lo mío,
es
un cuento ajeno
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