domingo, 5 de junio de 2011

Chover. Chovendo. Chovido.


Mojada por charcos, pasaba por allí. Charcos, el reflejo del mismísimo cielo, la cara amarga del sol, de la moneda que figuraría en sí el planeta. La basura hecha de alfombras para pisar, de bebederos y acuíferos de bacterias; la porquería de la sociedad, la oscuridad de los amaneceres, el frío en su máximo esplendor. Y yo, por allí. Como siempre esperando, como siempre a la espera. Como siempre, pensando en ese tipo de cosas que a nadie más se le ocurrirían. A veces me pregunto si es que hay alguna normativa que prohíba a la imaginación, porque no veo más que bombillas ahogadas. De la imaginación no queda más que su imagen, la exteriorización de un cuadro mal pintado, la deforme mirada de una losa de agua ante la curiosidad. 
La imaginación,
son los charcos.

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