miércoles, 4 de julio de 2012

VERDAD

Una retorcida, una infernal mano, se abrió
para apoderarse de mí.
Sus uñas de mugre y sal
no quisieron más que acariciar las cuerdas
del arpa
que sigue viviendo conmigo.

Tu música.

Porque antes endulzaba,
cruje cantando nuevas palabras
dolorosamente bella.
Se hunde
de metal
sincera,
aquella mano gris.
Aquella que existió
sin yo saberlo nunca...
Aquella que existió demasiadas noches
y tardaste tanto en destapar
que no quise tragármela.

El tronco,
de gris y de árbol,
se ha vuelto duro aquí,
arraigando cada pasado minuto como un clavo,
como astillas
y como la roca que tengo que ser
y no puedo.

Si se abre la mano,
siento al arpa suave y dura.
La soledad
es el arpa tan dulce
a la que yo llamé amor.
Si la luz ha guiado tiempo mi bailar,
ha sido por la ignorancia
de su inexistencia.
Hablo ahora con la misma soledad que entonces
mas recién bautizada.

Por qué me la quisiste enviar.

Los dedos retorcidos, ensortijados, se extienden.
Los dedos y las uñas penetran por cada una de mis venas,
cada uno de mis cabellos y extremidades.
Todos esos dedos de estaca son también sanguijuelas que absorben hasta el alma
la sangre que había latido hasta ahora
creyendo
que latía por ti.
Chupan esperando al hielo,
a que la sangre se seque y no fluya,
a mis venas en coma que no sientan tus dedos de alambre invisible surcándolas,
los dedos de la soledad que ya tiene nombre.
Chupan esperando a que mis mejillas
olviden a la sensibilidad
para que las gotas que ruedan,
rueden siempre
sin que se noten.

No aguanto más ramas cruzadas en mí.
No aguanto la necesidad de tu voz ni la ira que evoca.
No aguanto quererte y querer que me hieras, ni herirme.
No aguanto pensar en la insensibilidad obligada.
Sin quererlo,
no aguanto escribir más poemas
o lo que tú quieras que sea esto
para que te los lleves.
No aguanto que el apretar de dientes sea tuyo,
ni el dolor,
ni el hueco que ha dejado la felicidad.

 



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