martes, 19 de julio de 2011

Continúa el mal tiempo.


Al final. Es aquí llegamos a las carreras. En nuestra incesante competición, por llegar. En lo transparente de un cristal, en el que vivimos. Luchamos entre gotas de lluvia por la victoria. Ya no a ver a través de ellas, si no contra ellas, en nuestro afán de adelantarlas. De dejarlas atrás. De sorprendernos cuando hemos ganado, o bien perdido. A oscuras, pero con linterna, velas o mecheros. A oscuras, al fin y al cabo, al final y al principio.
Y si nos creemos pétalos, dormidos en un espejo de lágrimas. Y si nos creemos rosas, ausentes a la caída. Y si nos creemos flores, lo somos; y si caemos, en nuestras propias espinas. Y que llueva. Y que claven. Y muerdan. La sangre es negra en la oscuridad, las miradas no miran, las manos no encuentran. ¿Pervive? El corazón propio, perdido entre caídos. Confundido, que ya no siente ni sentirá. Impávido como quien creyó ser, pero solo de sí mismo. De su latir, de su carne, de su ser. Y que llueva. Que llueva más, porque aquí siempre llueve. A las prisas llueve. Para tapar de más lo que ya son muchos. Tapar ne más negro para perderlos. Para olvidarlos. Para cubrirlos de pétalos mojados. De espinas mojadas. De gotas y cristales secos. Y que siga lloviendo.

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