jueves, 1 de noviembre de 2012

Lo han anunciado como un recital poético

Niña durmiendo, María Blanchard



Cantan.
No me cantan a mí,
pero cantan.
Y no sé por qué cantan,
ni cómo pueden atreverse.
Menos aún entiendo
qué hago yo,
qué hago aquí,
donde cantan.
Donde hay que estar
una hora oyendo frases
tan huecas y sordas.
Una hora sin escuchar y
una hora
en soledad,
en transparencia,
siendo nadie.
Una hora
como tantas.

Las ventanas
no sienten el rasgueo de la guitarra
que también canta;
las ventanas brillan.
Y grita más la luz
de las farolas
que el íntimo baile
de las cuerdas con los dedos.
Y escucho más al neón
de las verdes cruces de farmacias
que el cantar
de todos los que se hacen llamar poetas.
Es más sangriento
el rojo de cualquier coche,
de cualquier intermitente,
que la sangre.

Otra voz:
la voz
de esta mujer más,
golpea;
maltrata al aire escondido
en las diez esquinas
de la sala
y el de las otras diez
de mi mente.
Una hora y ya no queda más cerveza
y, por eso, sé
que yo soy
la única
que no debería estar aquí,
en recitales de gárgaras.
La única que
no es personaje
en ninguna parte.
Una hora 
y se ha terminado la cerveza;
una hora y pienso
en volver a casa.
Pienso, sí, en
qué casa seguiría siendo mía y
en cuál lo ha sido alguna vez.
Una hora y
¿y si volviera?
Si volviera,
si volviera o si no,
sería lo mismo.

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