martes, 9 de agosto de 2011

27028, MADRID


Hace unos cuantos días, fui bienvenida por el ombligo español. A brazos abiertos, blancas sonrisas y lo más tierno de un pecho. A caraperro, también; pero las muecas es mejor taparlas a dos manos.
¿Destacable? La sequedad, supongo. Corre el aire acondicionado y el viento quema. Las mañanas aquí florecen con labios rotos y algo de sangre en la nariz. Las noches se despiden de uno con un par de besos sudorosos, siempre en las comisuras de una boca entreabierta. Y de la otra sequedad también. De la que dejó el olvidadizo ayer, vamos.
Lucido por un cielo azul minimalista, el ardiente asfalto madrileño recuerda a las suelas del par de sandalias de una que, quizá lastimosamente, la lluvia no ha sido quién de patear la vasta Castilla, ni escalar la escarpada Sierra. Y sin embargo, sigue presente. Curioso como la carencia de acento o la vertiginosa subida de precios presente en todos y cada uno de los comercios, incapaz aún de asimilar por una mente acostumbrada al verde. Pero también a las olas y al frío ¡Hasta luego, tristeza! ¡Nos vemos, felicidad!
Me pregunto por ti.

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